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¿Quieres saber cómo se origina un conflicto?

Los abogados trabajamos todos los días rodeados de conflictos que tratamos de resolver conforme a la legalidad con los medios a nuestro alcance.

A pesar de los muchos años de ejercicio profesional, no dejo de sorprenderme de la misteriosa forma en que se desencadenan los conflictos.

Fruto de esta experiencia decidí escribir una divertida historia para presentarla al III Certamen de historias sobre el oficio convocado por el Ilustre Colegio de la Abogacía de Madrid, que podéis leer a continuación.

El misterio del cuadro de la biblioteca

Terminaban de abrir la biblioteca cuando apareció el electricista. La bibliotecaria se dirigió hacia él a paso ligero. Le estaba esperando. Le dijo:

  • Buenos días. Acompáñeme. Se trata de los focos que iluminan el cuadro. Hemos probado a cambiar las bombillas pero no se encienden.
  • Buenos días -contestó el electricista- ¿Tienen alguna escalera?
  • Sí, claro, tenemos una para llegar a los estantes más altos. Ahí está -dijo señalando al rincón-

El electricista cogió la escalera, la desplazó bajo los puntos de luz y subió hasta el último escalón. Entonces descolgó los alógenos del techo y los sustituyó por otros nuevos que portaba en su maletín. Por último, hizo unas pruebas y… ya está, la iluminación era perfecta. Cuando iba a retirar la escalera, se percató de unas manchas blancas en el cuadro. Como reacción instintiva, bajo la mirada al suelo. Estaba teñido de blanco. Su cara se tiñó de preocupación. Es posible que ese mismo polvo blanco desprendido del techo hubiera manchado el cuadro. Buscó a la bibliotecaria con la mirada para comprobar si se había percatado de algo y la encontró distraída ocupada entre papeles. Respiró, aunque por poco tiempo. Hacia él se aproximaba una voz que decía:

  • Quite, quite, que ya lo limpio yo.

Ahí estaba, ya junto a él, una señora regordeta con un plumero en la mano. Sin duda se trataba de la encargada de la limpieza. Era la señora Petra. Enseguida sacó un trapo del bolsillo y se puso a frotar el lienzo, mientras decía:

  • Ya verá qué bien lo dejo yo en un momento

Pero…. ni en un momento, ni en dos, … Lo único que cambió fue el color de la mancha que, antes era blanca, y ahora había pasado a ser amarilla. Los dos se miraron con cara de preocupación. Petra desplazó la mirada al bote de spray con el que había rociado el trapo. No dijo nada, pero pensó hacia sus adentros que, tal vez, hubiera sido la causa de la mancha amarillenta en el cuadro. Pensaron lo mismo al unísono, lo mejor era retirarse, sigilosamente. No les dio tiempo a hacerlo. La bibliotecaria se había acercado a comprobar cómo iba todo y preguntó:

  • Bueno, ¿qué? ¿ya está solucionado?

Paco el electricista, contestó, al tiempo que accionaba el interruptor:

  • Sí, sí, solucionado. Mire, ve, ya se enciende. Yo me marcho ya.

La señora Petra aprovechó para decir otro tanto igual:

  • Yo también me retiro. Ya he terminado mi trabajo.

Y los dos abandonaron la biblioteca a paso firme, sin mirar atrás.

Entretanto, la bibliotecaria, Sara, continuaba con su trabajo. Enseguida se vio interrumpido por la entrada del director de la biblioteca, Don Patricio, quien se aproximaba diciendo:

  • ¿Qué? ¿Lo han podido arreglar?
  • Sí, sin problema -contestó Sara- Pulse el interruptor usted mismo. Ya verá cómo funciona.

Don Patricio encendió la luz y se hizo el milagro. El cuadro se iluminó a la perfección. Como también se iluminó una enorme mancha amarilla en el lienzo.

  • Ahhhhhhhhhhh! -exclamó Don Patricio-. Pero ¿qué narices es esto?
  • Madre mía! -exclamó Sara-. Eso no lo había visto antes.
  • Ayúdame a descolgar el cuadro, por favor. Deje que mire la tela por el otro lado.

Entonces descolgaron el cuadro y vieron que la mancha amarilla se distinguía aún más claramente sobre el fondo blanco del dorso. Pero no fue lo único que vieron.  La pared estaba empapada de agua. Una tubería la atravesaba de arriba abajo y debía haber alguna fuga. Don Patricio no pudo ocultar su cara de sorpresa, además de su malhumor por lo sucedido, ordenando a Sara:

  • Guarde ese cuadro en el almacén. Ahora mismo llamo al seguro para que arreglen este desaguisado.

Al día siguiente informó a Sara:

  • Hoy vienen los del seguro. Atiéndalos usted. Además de la tubería haga usted el favor de mostrarles el cuadro para que se hagan cargo de todo y, si necesitaran llevárselo, cuenta con mi autorización. E insístales en que es algo urgente. No quisiera tener la biblioteca en este estado por mucho tiempo. Yo me tengo que marchar ahora mismo a un evento importante. Hasta luego.

Sara se quedó esperando, acudieron los del seguro, tomaron fotografías y se llevaron el cuadro. La llamada del seguro tardó unos tres días. Tiempo le faltó a Don Patricio en visitar a Sara en cuanto colgó el teléfono para preguntarle:

  • ¿Quién más estuvo en la biblioteca el día que descubrimos la mancha?
  • Déjeme que haga memoria -contestó Sara-. Ese día vinieron a limpiar la biblioteca y también vino el electricista a arreglar el problema con la iluminación del cuadro ¿Por qué lo pregunta?
  • No te lo vas a creer. El técnico del seguro ha dicho que la mancha no solo se debe a la fuga de agua sino que el lienzo estaba impregnado de un producto posiblemente de limpieza y tenía restos de yeso incrustados.
  • ¿Y eso qué importa?
  • Importa porque donde la mancha han visto una firma que corresponde a un reconocido pintor.
  • ¿Y?
  • Y eso convierte nuestro cuadro en una obra de arte de elevado valor.
  • ¿Entonces no van a arreglar nada?
  • Sí, me han dicho que mañana se acercarán a reparar la fuga de la tubería pero que no van a restaurar el cuadro porque el precio de la restauración es una cifra astronómica.
  • ¿Y qué podemos hacer?
  • De momento, localiza a la persona que vino a limpiar la biblioteca ese día y al electricista que arregló la iluminación. Llámales por teléfono  y concierta una cita para que vengan a verme. Necesito averiguar qué pasó ese día con el cuadro.

Sara llamó por teléfono a Paco, el electricista y le dijo:

  • Mire, le llamo porque el director de la biblioteca tenía interés en hablar con usted un día. ¿Cuándo le viene bien acercarse?
  • ¿La iluminación del cuadro no funciona? -preguntó Paco-
  • Sí, perfectamente. No es por eso.
  • Entonces, dígame por qué motivo.
  • No se lo puedo decir porque lo desconozco. Son cosas del director.
  • Cuanto secretismo. Pues entonces, no voy.
  • Es por lo del cuadro.
  • ¿a mí que me cuenta? dígaselo a la de la limpieza, que fue la que le pasó un paño.
  • Mire, la cosa es muy seria. Es una obra de arte y vale mucho dinero restaurarlo.
  • ¿Y qué quiere que yo le diga? ¿A quien se le ocurre colgar una obra de arte en una biblioteca? Y colgó la llamada.

Sara suspiró y, acto seguido, llamó a la señora Petra, para decirle algo parecido:  

  • Mire, le llamo porque el director de la biblioteca tenía interés en hablar con usted un día. ¿Cuándo le viene bien acercarse?
  • ¿El director de la biblioteca? ¿conmigo? ¿por qué motivo? -preguntó Petra-
  • No se lo puedo decir porque lo desconozco. Son cosas del director.
  • Pues si no me lo puede decir, no voy. Tengo muchos servicios que atender para perder el tiempo sin una razón.
  • Es por lo del cuadro.
  • Pues dígaselo al electricista que lo dejó cubierto de polvo blanco.
  • Mire, la cosa es muy seria. Es una obra de arte y vale mucho dinero restaurarlo.
  • Pues entonces no entiendo cómo se les ocurrió ponerlo allí. Como comprenderá, yo no tengo la culpa. Le tengo que dejar. Lo siento. Y colgó la llamada.

Sara suspiró aún más fuerte. Entonces sonó el teléfono. Era el director. Le dijo:

  • ¿ha conseguido hablar con ellos? ¿Cuándo vienen a verme?
  • Hablar sí que he hablado pero no van a venir -afirmó Sara-
  • ¿Cómo?
  • Se echan la culpa, mutuamente y también nos la echan a nosotros por colgar el cuadro ahí. No les quito la razón.
    Sí, es cierto, pero cuando lo pusimos en la biblioteca desconocíamos el valor real del cuadro. Hablaré con los de la junta a ver qué deciden.

Don Patricio llamó a los de la junta y decidieron contratar a un experto para que determinara la causa principal del deterioro del cuadro, así como para que valoraran el coste de arreglarlo. Aquella noche ninguno de los implicados pudo dormir bien. Ni el director, que fue el que decidió poner el cuadro allí, ni Paco el electricista, ni la señora Petra. Todos se sentían en cierto modo responsables. Fueron dos largas semanas de espera hasta que el experto contactó con el director de la biblioteca y fue a verle a su despacho.

  • Buenos días, Don Patricio -saludó el experto- Se presenta Pedro Fuentes. Tengo dos noticias que darle, una mala y una buena. ¿Por cuál quiere que empiece?
  • Por la buena, por supuesto, por la buena -contestó Don Patricio-.
  • Pues bien, la buena noticia es que la restauración del cuadro va a ser mucho más barata de lo que pensábamos.
  • Es una buena noticia, sin duda ¿Y cuál es la mala?
  • La mala noticia es que el cuadro no es una obra de arte. La firma era falsa. Parece aliviado ¿Se alegra?
  • Pues no sabría decirle. Al principio, me entusiasmé al descubrir que teníamos una obra de arte, pero luego, casi prefiero que no lo sea. Demasiadas personas implicadas. Es mejor dejarlo así. Muchas gracias.
  • Encantado. Para lo que necesite – se despidió estrechándole la mano con fuerza-.

Don Patricio le contó lo sucedido a Sara y, ahora más relajado, le dijo:

  • Llame por favor a los del seguro, a ver si se hacen cargo y si no lo hacemos nosotros. El coste de la restauración es pequeño y podemos asumirlo.
  • Así lo haré -contestó Sara- ¿alguna cosa más?
  • Sí, llame por favor a la señora de la limpieza y al electricista para decirles que no se preocupen por nada, que el cuadro va a ser restaurado por la biblioteca.

Sara llamó a los del seguro y asumieron la restauración del cuadro. Su cuerpo se relajó por fin. Apagó las luces de la biblioteca y se retiró a su casa a descansar.

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Si bien como abogada debo añadir que en el ejercicio de la profesión la realidad muchas veces supera la ficción y que la complejidad de los conflictos con los que trabajamos cada día va más allá del que se presenta en esta divertida historia

Autora: Inmaculada Calero Sáez, abogada experta en resolución de conflictos